lunes, 23 de enero de 2017

En la otra punta (¡Belga, hombre!, y IV)

Parte de la gracia de los países chiquitos, como Bélgica, y más si encima son planos y de carreteras rectas, está en lo rápido que llega uno de una punta a otra, de una frontera a la opuesta: habíamos iniciado el sábado junto a la frontera con Holanda, e íbamos a pasar la tarde en Nieuwpoort, al lado de Francia.

El puerto de la ciudad está construido junto a la desembocadura del Yser, y la margen derecha del estuario, ocupada en buena medida por un complejo militar, se conserva de forma bastante natural, libre de edificaciones.

Buena parte del último tramo del río trascurre encajada entre dos escolleras, que dejan al oeste la ciudad, y al este un pequeño paseo entre dunas fijas, cubiertas de vegetación, con ovejas y conejos; y la playa, ya más cerca del mar. Por detrás del la playa, el estuario se extendía en una pequeña llanura intermareal que, a resguardo de los vientos del mar abierto, formaba una zona de descanso perfecta para cormoranes grandes, gaviones atlánticos y tarros blancos.

Y cerca de nosotros, desenfocado porque no paraba quieto un momento, de un mejillón a otro, un ostrero euroasiático Haematopus ostralegus, con el alzacuellos del plumaje de invierno, aprovechaba la marea baja para llenar el buche.

La playa arenosa, como decía, separaba esta bahía interna de arriba del mar del Norte. La parte de arriba de la escollera, aprovechada en ambas márgenes para construir un paseo que terminaba adentrándose en el agua sobre un muelle, permitía tener una vista magnífica sobre el arenal...

... que, como podéis ver, estaba hasta arriba de aves en toda su longitud. Y aunque de entrada no nos pareció que hubiese nada extraño (gaviotas de varias clases, ostreros, zarapitos reales... tampoco nos paramos mucho, que el viento soplaba bastante frío), no sé lo que hubiera dado por tener de chico algo así, tan lleno de bichos, al lado de casa. La verdad es que la costa, por muy machacada que esté, es en general un paraíso para el naturalista.

Más que mirando a lo lejos, me entretuve más echando un ojo a los bichos que teníamos más a mano, como este bisbita costero Anthus petrosus, el único paseriforme europeo que pasa toda su vida en ambientes marinos, picoteando bichillos entre las rocas y en las masas de algas y otros restos que deja la marea, tanto durante la época de cría como en invierno, cuando también llega en pequeño número desde el norte hasta las costas ibéricas.

Y no encontramos más correlimos oscuros como los que apenas sí llegamos a ver por la mañana, pero sí unos cuantos (apropiadamente llamados, como veis en la foto) correlimos gordos Calidris canutus: otra especie que, aunque recuerdo que fue de las primeras limícolas que conseguí identificar con un 100% de seguridad en la playa de pequeño, con mi primera guía "seria" de aves; hacía la tira que no veía.

Un primer invierno de gaviota argéntea Larus argentatus, echando la tarde tan tranquilo sobre el paseo del muelle como si, pese a su corta edad, estuviese ya jubilada. La verdad es que debería aprovechar mejor estas visitas al norte, para familiarizarme con el plumaje de las especies de gaviota que son frecuentes aquí y escasas en España; pero al final, como a la gaviota, siempre me puede la pereza, la falta de ganas de ponerme a estudiar el fin de semana...

Un efecto curioso, que no se ve muy bien en la foto: justo al final de la escollera el Yser se vería ya en el mar del Norte, pero a ambas aguas, de distinta densidad y temperatura, les costaba bastante mezclarse; y podían distinguirse perfectamente hasta varios metros más allá de la orilla. Aparentemente, en la desembocadura del Amazonas el agua dulce continúa siendo tal hasta varias decenas de km mar adentro... me pregunto yo hasta qué punto podría ser así posible pescar especies de agua dulce en el mar.

Al otro lado de la foto de arriba, a nuestras espaldas, unos cuantos ¡portugueses! se entretenían pescando lirios, uno tras otro, usando un aparejo muy curioso que no he sido capaz de encontrar por Internet para enseñaros: una especie de ensamblado de varillas que permitía lanzar a la vez varias líneas. De todas maneras, más que los portugueses...

... me interesaron los vuelvepiedras comunes Arenaria interpres que, como suelen hacer en invierno, se comportan en las zonas habitadas costeras casi como palomas, moviéndose entre los pies de la gente a la búsqueda de miguillas, de cualquier resto que echarse al pico.

Y supongo que os habréis fijado en las fotos de arriba que, tanto el ostrero, como el vuelvepiedras o el bisbita; estaban anillados. También este otro juvenil de gaviota argéntea, cuya anilla de lectura a distancia nos permitió saber que se había pasado casi toda su corta vida en este mismo lugar, imagino que entretenido con lo que los pescadores aficionados le tirasen.

Y poco más os puedo contar ya de aquel fin de semana en Bélgica; de mis dos visitas de noviembre. Bueno es que, dos meses más tarde, he podido por fin terminar de dar salida a todas las fotos. Tocará ahora más bien volver a España: volver a salir al campo para contaros luego aquí lo que haya visto en compañía de ojos amigos, que siempre se disfruta más...

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