domingo, 18 de marzo de 2018

Medio pie

 Ayer sábado volví a Soetdoring: la reserva cerca de Bloemfontein donde ya estuve hace algo más de un mes con los postdocs. Día de clima similar, alternando momentos de cielos despejados con otros de nubes densas amenazando tormenta, pero con temperaturas en descenso ya, que enseguida se nos echa encima el otoño. Y además con el campo menos verde, pues todas las herbáceas empiezan ya a madurar y a secarse. Momento ese del año que siempre temo en España, pues las espiguillas secas se le meten a uno por todos los resquicios de calcetines y calzado y tornan cualquier caminata por el campo en un martirio... Curiosamente no es así aquí, cosa que me ha sorprendido gratamente: casi todas las gramíneas parecen tener espigas muy suaves y plumosas, y no se enganchan en la ropa (al contrario que otras plantitas que también están empezando a fructificar por el Campus y a dar la lata).

 Si caminamos ayer, en vez de ir viendo bichos desde el coche, es porque fue una visita "académica": parte de las prácticas de campo de la asignatura de Conservation Ecology, de la que di también esas clases de hace dos semanas. Hacer la verdad no hicimos mucho, y lo que hicimos tuvo más de 'ecología' que de 'conservación', pero creo que los alumnos lo pasaron bien. Y yo encantado de salir al campo con ellos, vaya, que siempre me lo paso bien viendo cómo les cambia la cara con cada pequeño descubrimiento.

 Bichos por lo demás vimos algunos más que en mi visita anterior, aunque no nos fuimos parando a hacerles fotos, que no era lo que tocaba. Sí pude hacerle alguna a este mono vervet Chlorocebus pygerythrus que esperaba junto a la puerta de acceso a la reserva a que le cayese algo desde las ventanillas de los coches.

 Y en un momento en que los alumnos estaban ocupados midiendo espinas de acacias, también pude escaparme yo a ver qué caía. Este macho de alcaudón dorsirrojo Lanius collurio, que no sé qué hace que no está ya camino de Europa, estaba también atento a lo que se pudiera mover entre la hierba, que como el día estaba fresco y ventoso no era mucho. Pero aún soy lo suficientemente neófito en este país como para seguir sumando especies cada vez que salgo de la ciudad: en este caso una nueva para el país (pero común en Europa, el andarríos chico) y una nueva para la categoría "absoluta" (la terrera capirotada Calandrella cinerea, una alondra muy apañada y, cosa rara, fácil de identificar)...

... y una más. Una de las pocas para las que habría que establecer categoría nueva de "no me creo la suerte que he tenido" o algo así, seguramente con algún taco intercalado. Caminando por la zona de la imagen, de manchas de arbustos y hierba más o menos crecida, alternando con los senderos abiertos por los antílopes, salió de repente casi de mis pies una "codorniz". Pero que no gritó al levantarse como suelen hacer, y que voló apenas una decena de metros antes de dejarse caer, en vez de volar bastante más lejos, como suelen. Y con las cobertoras apreciablemente más pálidas que el resto de las plumas del ala... en fin. Sabía lo que era casi desde el principio, pero "no podía ser". Y tuve que levantar otro más antes de convencerme a mi pesar de que, sin planteármelo ni remotamente, acababa de tacharme el torillo Turnix sylvaticus, el que debe de ser el pájaro más enigmático del Paleártico occidental. Los torillos son limícolas con pinta de codorniz, que viven en regiones abiertas de los trópicos del Viejo Mundo. Cosa rara (pero como en otros grupos de limícolas) tienen dimorfismo sexual invertido: las hembras son el sexo más ornamentado, el que emite de noche el canto retumbante que les ha valido su nombre común para atraer a los machos (aunque más que a toro, suenan a alguien soplando en una botella). Más curiosidades: sus patas parecen las de pequeñas avutardas porque no tienen dedo posterior, lo que les valió el nombre inglés de hemipodes. Y no excretan urea (blanca) junto con las heces como casi todas las aves, sino urato (azul).

Solo una especie aparece/ía también en Europa: el torillo andaluz, que vive además en toda África subsahariana (incluido Soetdoring, por lo que se ve), la India, Filipinas y el Sureste asiático. Los torillos vivían en el Paleártico en torno al Mediterráneo en un hábitat muy concreto: zonas de vegetación muy abierta cerca de la costa, normalmente palmitares. Y como estas zonas han dado paso en su mayor parte a urbanizaciones, pues allá fueron los torillos. O no, no se sabe: salvo en época de cría es una especie muy difícil de detectar, que se sabe que queda en un par de sitios contados de Marruecos y que probablemente ha desaparecido ya de la Península. O a saber... Vaya, que con tanta suposición en torno a la especie, os podéis imaginar lo poco que contaba yo con verlos... un reto vital menos.

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